Sin
rostro eras manifestación de neón (gas noble).
Rompiste
las esquinas para quebrar el espacio
supiste
dar color en el color de los colores diferentes.
Criticaron
tu hacer con decir que no era lo que era
luego
de aquel viejo de cara larga jugador de ajedrez
urinario
en una sala de arte para decir que no era urinario.
Tu
silencio no es la ausencia (de sonido) sino el silencio de no querer decir.
Dicen
que era “puro”, “abstracción”, “economía”, “orden”, “sencillez”, “simpleza”,
cuando
es algo meditado para no ser entendido por no tener, ni querer “qué” decir.
No
es la forma, sino la forma del material, industrial, preestablecido.
Es
el silencio en la luz, un espacio ocupado por sombras y diagonal
en
donde la diagonal es la irreverente conquista del monje budista.
No
hay misterio, sin embargo, como un relato, llenas las horas.
No
es el tiempo el que tu tiempo atesoras con significado aparente,
más
allá de las galerías, la ermita o el espacio velado.
Flavin,
Dan Flavin, no quisiste superarte, no eras de esos;
aquellos
que no quisieron entrar en ese ritmo tan
tan del mundo aparente.
Eras
de los Rulfo, los Borges y los nocturnos de Chopin.
Tengo
la bondad, o la rareza, de ajustarme a pocos autores,
artistas,
compositores, escultores (como tú), escritores o poetas,
¿podemos
hacer algo si las alternativas son tantas y tan pocas?
La
pasión en el arte es aparente, se forma con la ambición del progenitor.
No
hay furia más grande de tsunami que la idea subyacente.
Eras
arrebato, frenesí de arena, fuego de viento, terremoto congelado.
La
paz en tu obra, sí, la paz, aquello que no se nombra o se nombra
en
demasía y sin sospecha, que ocupa titulares para inflar aplausos,
estará resguardada
por siempre en los títulos de tus obras.
20 años, 936 versos & 1 relato
(2018)