El ensayo de Ludovico Silva sobre José Antonio
Ramos Sucre fue el que me hizo ver cómo hacer mi libro sobre José Antonio Ramos
Sucre. Todos tenemos que tener nuestro libro sobre José Antonio Ramos Sucre. No
un verso, ni un poema, ni un ensayo, ni un captítulo de un libro, un libro.
Ramos Sucre está para todos. No es casual que mientras escribo estas líneas, el
día que me inicié en el mundo de las poesías como “poeta lector en festivales”,
un 12 de julio (día natalicio de Neruda, además) esté escuchando a Heberto Añez
Novoa (Presidente), un músico marabino que tiene su Ramos Sucre para darle forma
a sus líricas.
A Ramos Sucre lo voy a abordar desde Ramos Sucre,
sin interpretación. Ramos Sucre es imposible de descifrar. Imposible en mi
generación. Razón por la cuál, la metodología que voy a usar será una dictada
por el mismo Ramos Sucre. Estudiaré sus poemas siguiendo las directrices que me
vayan indicando sus poemas.
En algún momento, mientras le daba vueltas al
libro, pensé en estudiar latín (al menos), para tratar de introducirme en el
mundo del poeta, siguiendo uno de los estudios que hay sobre él, en el cual
indican que su prosodia estaba intimamente ligada a la gramática del latín.
Pero José Antonio Ramos Sucre también sabía griego, y danés, y francés, inglés,
italiano, alemán, sueco, portugués y sánscrito, ¿será que los aprendía todos?
Por la cual, al leer el ensayo de Ludovico Silva: “Yo
visitaba la selva acústica…”; “Yo frisaba apenas con la adolescencia y salía a
mi voluntad…”; “Yo me había perdido en un desierto de nieve…”; “Yo había
concebido en torno de tu imagen una leyenda inhumana…”; “Yo presencié el
desfile sonámbulo de tus hermanas…”; “Yo percibí el temperamento de los
palurdos…”; “Yo servía de pedante en una farándula trivial”; “Yo cultivo las memorias
de mi niñez meditabunda.” Tuve la certeza que desde esas formas de expresión únicas
de Ramos Sucre era que debía construir mi libro.
Luego recordé un ejercicio que había hecho por mi
cuenta. Cuando agrupé los poemas en donde Ramos Sucre cita a Shakespeare, diez
(10) en total: seis (6) en El cielo de esmalte, y cuatro (4)
en Las formas del fuego: ANTÍFONA, LA NAVE DE LAS ALMAS,
SIGLOS MEDIOS, EL RESCATE, BAJO EL CIELO MONOTONO, LA CIUDAD DE LOS ESPEJÍSMOS,
EL ADOLESCENTE, BAJO EL ASCENDIENTE DE SHAKESPEARE, SUTILEZA, y, EL ALUMNO DE
TERSITES.
Así que pensé: ¿por qué esperar a aprender latín?
¿por qué tratar de descifrar algo que no sabremos nunca la certeza de su
veracidad? Podía hacer algo diferente, inventar una metodología propia, por
ejemplo: ¿y si hago un listado de todas las frases que se inician con el “Yo”
ramosucreano y las analizo? Pero no en su significado simbólico, sino en su
significado literal. Ennumerar las veces en que seguidos del “Yo” hay verbos en
presente, en pasado, en pluscuamperfecto (había + participio pasado de un
verbo) para a continuación saber cuáles fueron las más usadas, ¿eso se habrá
hecho antes? No lo sé.
Lo que siempre leemos en los ensayos sobre su obra
es, “la omisión del pronombre relativo, que” Oh! Qué
descubrimiento! Dénles el Nóbel! Barthés, revuélcate en la tumba! Sabios
pensanten venezolanos! Pero no. De igual manera, lo que pensé con respecto a la
ennumeración de las oraciones iniciadas con “Yo” tampoco es que sea de
eruditos, pero es algo más. Algo más para la siguiente generación de
venezolanos que vayan a abordar la obra del poeta cumanés, o más bien, de
nuestro poeta venezolano. El único que habrá, todos los demás, seremos su
sombra.
De la misma manera se podrá hacer con los poemas en
que el cumanés citó a Skakespeare: de qué tratan. Cuántos sobre una amada que
se fue, una amada que regresó, sobre un solitario, sobre una ciudad.
Agrupariámos luego los temas, y haríamos una pequeña conclusión. Es decir, como
decía al principio, iremos tomando de sus prosas poéticas la forma de
analizarlas, sin interpretar.
Ya hemos nombrado dos métodos: el “Yo”, y los
poemas que tienen el nombre de Shakespeare en ellos. De esta misma manera se
podrá ir trabajano en el libro, sin tener que aprender sánscrito para poder
analizar la obra de Ramos Sucre con un rigor acorde al tamaño de su aporte a la
poesía mundial. Ramos Sucre se merece algo más que decir, “eliminar el que
relativo le dio más poder expresivo al verbo”, ¿saben qué
le podemos mandar a hacer con su poder expresivo, verdad?
SHAKESPEARE
EL
CIELO DE ESMALTE
ANTIFONA
Yo visitaba
la selva acústica, asilo de la inocencia, y me divertía con la vislumbre fugitiva,
con el desvarío de la luz.
Una doncella cándida, libre de los recuerdos de una vida
mustia, sujetaba a su albedrío los pájaros turbulentos. El caracol servía de
lazarillo al topo.
Yo frisaba apenas con la adolescencia y salía a mi
voluntad de los límites del mundo real. La doncella clemente se presentó
delante de mis pasos a referirme las venturas de una vida señoril, los gracejos
y desvíos de las princesas en un reino ideal. Yo los he leído en un drama de
Shakespeare.
La memoria de mis errores en la selva diáfana embelesó mi
juventud ferviente.
Larvas
y quimeras de mi numen triste, una ronda aérea seducía mis ojos bajo el cielo
de ámbar y una corona de espinas, la de Cordelia, mortificaba las sienes de la
doncella fiel.
LA NAVE DE LAS ALMAS
Recuerdo
apenas el lugar de mi ausencia. Una columna de fuego iluminaba el clima boreal.
Yo me había perdido en un desierto de nieve.
La voz de mi congoja subía hasta las nubes de ámbar
pálido.
Tu fantasma vino de la distancia, en la nave taciturna,
dirigida por el vuelo de un albatros herido. Tu vida real se había deslizado,
siglos antes, en una ciudad gentil. Shakespeare ha soñado los jardines
quiméricos, en donde los señores y las damas de viso porfían a ganar el prez de
la agudeza o decantan los méritos del amor con citas y argumentos de Platón.
Cipreses y laureles demandan el cielo virginal.
Yo había concebido en torno de tu imagen una leyenda
inhumana y señalado
tu paso
de este mundo en la oscuridad nocturna. Yo deposité furtivamente sobre tu
féretro unas violetas, las flores de tu mismo nombre.
Tú me llevaste, en premio de mi fidelidad, al país
desvaído de tu vivienda, a
un
horizonte de ensueño. Yo presencié el desfile sonámbulo de tus hermanas, las
heroínas de la tragedia, y caí de bruces a la vista del dolor, bajo los
aletazos de un pájaro vengativo, condenado a la suerte de Satán.
SIGLOS MEDIOS
Klingsor,
el mago tenebroso, desaparece de la tierra al nacer Santa Isabel de Hungría.
Los alemanes lo presentan en un certamen de trovadores.
Se quiere dar con el más liberal de los magnates contemporáneos. Suena entre
loores el nombre del rey de Francia y lo contrasta el de pródigos landgraves.
Un manuscrito de la época refiere al porfía y acusa al hechicero de falsear las
opiniones y desordenar el juicio. Klingsor merece figurar en el teatro de
Shakespeare. Se había enemistado con los hombres al sucumbir en una aventura
galante. Incurría en el exceso de llamarse heredero y descendiente de Virgilio.
El dramático inglés, apasionado de Italia, pudo convenir en esta novedad y
honrarlo con el sobrenombre de marqués de Capua, acogiendo un residuo de la
tradición.
EL RESCATE
Los
duendes visitaban la luna a su voluntad y entretenían la vista de los palurdos,
a tan
larga distancia, con el simulacro de una liebre despavorida.
Los duendes voluntariosos se ensañaban con los palurdos y
sus animales de labranza y cubrían de herrumbre los enseres. Se habían soltado,
un siglo antes, del magisterio de Paracelso.
Los duendes fementidos habían divulgado a los cuatro
vientos un error galante
de la
reina Mab y señalaban sus mercedes ilícitas en el trato con Ariel. La ofensa
dirigida a la reina contrista el alma indulgente de Shakespeare e influye en su
muerte precoz.
Yo percibí el temperamento de los palurdos al convalecer
de una fiebre en su
vecindad.
Yo servía de pedante en una farándula trivial.
El más crédulo solicitó mi consejo en un caso de
sobresalto. Me preguntó si
debía
retener cautivo al maestro de los duendes fútiles, enlazado en una trampa
de
lobos e insigne por el pie bisulco o si lo perdonaba en cambio de una suma
de
rubíes.
Desoyó mi sentencia de sujetarlo y de alternar la aspereza
con el donaire y
recibió
un premio irrisorio.
Plinio se refiere a las piedras preciosas originadas del
residuo abyecto del
lince.
BAJO EL CIELO MONOTONO
Yo
seguía, en mis primeros años, el derrotero de la imaginación de Shakespeare.
Divisaba,
desde la fragata, unos molinos de viento desvanecidos en la atmósfera líquida.
Las cigüeñas descansaban en las torres y linternas de una
iglesia.
La devoción popular les confería ventajas y privilegios
ingenuos. Habían denunciado la inhospitalidad de los gitanos con la Virgen
María y se les anticipaban
en los
caminos de su peregrinación varia, ejercitando una venganza inmemorial.
Yo me interné, después del desembarco, en una selva de
fresnos y una rama
azotó
furiosamente mi rostro. La había dejado en ese instante el búho insomne
de la
noche del regicidio, según me esclareció de seguida mi guía y confidente,
un
viejo benévolo. Hallé menos su presencia cuando salí a un prado de flores
de luz.
Retrocedí en demanda del primer vecindario y una mujer de
cabellos sueltos
y de
frente inspirada me describió las señas de mi protector. Había muerto
en una
fecha antigua y su aparición auguraba felicidad. No se mostraba sino a
los
niños.
LA CIUDAD DE LOS ESPEJISMOS
Yo
cultivo las memorias de mi niñez meditabunda. Un campanario invisible, perdido
en la oscuridad, sonaba la hora de volver a casa de recogerme en el aposento.
Ruidos solemnes interrumpían a cada paso mi sueño. Yo
creía sentir el desfile de un cortejo y el rumor de sus preces. Se dirigía a la
tumba de un héroe, en el convento de unos hermanos inflexibles, y transitaba la
calle hundida bruscamente en el río lánguido.
Yo me incorporaba de donde yacía, atinaba un camino entre
los muebles del
estrado,
sala de las ceremonias, y abría en secreto las ventanas. Porfiaba inútilmente
en
distinguir el cortejo funeral. Una vislumbre desvariada recorría los cielos.
No puedo señalar el número de veces de mi despertamiento
y vana solicitud.
Recuperaba
a tientas mi dormitorio, después de restablecer el orden en las alhajas de la
sala. Un insecto diabólico provocaba mi enfado ocultándose velozmente en la
espesura de la alfombra.
La ruina de las paredes había empolvado la sala desierta.
Mis abuelos, enfáticos y señoriles, no recibían sino la visita de la muerte.
Yo no alcanzaba a desprenderme de los fantasmas del sueño
en el curso de
la
vigilia. La mañana invadía de tintes lívidos mi balcón florido y yo reposaba la
vista en una lontananza de sauces indiferentes, en un ensueño de Shakespeare.
LAS
FORMAS DEL FUEGO
EL ADOLESCENTE
Yo recorría,
durante las vacaciones, la costa del Adriático. Holgaba en un esquife inseguro,
pintado de blanco, parecido al cisne velívolo, enemigo del fuego en la fábula
de Ovidio.
Yo recogía de mi trato con los pescadores la historia de
los héroes de la montaña y del mar y confrontaba su discurso ingenuo con algún
pasaje egregio de Tito Livio, en donde se adivina la amenaza de los piratas de
Iliria.
He reverenciado en más de un blasón inerme la autoridad
de Venecia y la de Ragusa, la rival de estirpe eslava.
Yo juntaba las memorias de la antigüedad pagana con las
emociones del drama alegre o sombrío de Shakespeare y había dejado, en más de
una ocasión el escrutinio de un texto difícil para sosegar las mujeres de mi
fantasía, atemorizadas por un duende travieso de la Noche de Verano.
Yo había salido de mi recogimiento en la isla del tedio y
renunciado mis hábitos de niño y pisaba ahora un castillo de edad incierta.
Nadie recordaba el nombre de sus dueños.
Una mujer espiaba mis pasos desde una ventana circular, semejante
a un
rosetón,
y yo distinguí en su faz la dignidad y el desvío de Olivia.
BAJO EL ASCENDIENTE DE SHAKESPEARE
Yo
usaba alternativamente el caballo y el bote durante mi peregrinación por las
islas del Báltico.
Los naturales acudían oficiosamente a señalarme el
camino. Un garzón, forzudo e ingenuo, me precedía a pie o remaba pausadamente
sin aceptar presente
ni
sueldo. Usaba muchas veces pantalón de cuero y camisa de un color vistoso,
aumentada con un pañuelo en son de corbata. La limpieza era su elegancia.
Yo pasaba del campo de cebada o de lúpulo al mar de visos
indefinidos, mudado ocasionalmente en un remanso de color de pizarra.
El monte de hayas y de sauces descolgaba sus ramas sobre
el fiord y las
enredaba
en el tope de los mástiles.
He preferido la antigua capital de una isla donde no
había mendigos ni beodos
y donde
las personas acaudaladas mejoraban la suerte de los pobres y legaban dotes a
las doncellas.
Los nobles sobresalían por sus méritos personales y
conversaban mano a mano con el pueblo. Se dedicaban a la química o al
conocimiento de las antigüedades
setentrionales
y gobernaban la conducta aludiendo a pasajes y momento de la Biblia. Ocupaban
tribunas y palcos reservados en las cenizas de sus antepasados en túmulos de
piedra, donde pendían armaduras de acero y espadas macizas. Sus mansiones
habían perdido el ceño feudal y eran francas y hospitalarias.
El tímpano de la misma iglesia mostraba a Jesús en
compañía de los doce
apóstoles.
Un campesino, educado en Roma por la comunidad, había labrado exquisitamente
las figuras.
El sacristán de la iglesia, anciano de sabiduría
patriarcal, me guió al palacio de una familia extinta. Se había encargado de
precaverlo del estrago del tiempo y de esa mano invisible ensañada con los
edificios deshabitados.
El almirante de un siglo famoso había recibido el
castillo en recompensa
de una
victoria sobre los suecos. Había perdido en ese lance el ojo derecho cuando
dirigía la función de armas desde el pie de un mástil. El almirante, en una
canción de los aldeanos, sólo respiraba a sus anchas en medio del humo del
cañón. Había sido recompensado por un rey justo y económico, censor de los
gastos de su guardarropa.
El sacristán me invitó a reposar en los sillones
ilustres, vestidos de un forro de estopa, me exhibió el uniforme y las
insignias del héroe recogidos en un cofre armorial, y me contó la suerte de los
descendientes señalándome los retratos.
El anciano me describió la figura de Ofelia al referirme
el término del linaje en una virgen fantástica y generosa. Usaba los cabellos
sueltos y vestía de verde, confundiéndose con un hada silvestre.
La virgen seguía mis pasos cuando bajé a la calle por una
escalera de granito.
Llegó
hasta posar en una meseta de mármol y me dirigió una mirada atenta.
El sacristán me sacó de la contemplación aferrándome el
brazo. No volvió
el
rostro al cerrar tras de sí la puerta, sonando adrede la aldaba enorme.
SUTILEZA
Yo
escuchaba el discurso de una mujer inteligente y sensible. Se había sentado en
un sillón regio, de un solo pie. Adaptaba sus brazos a los del asiento y
sostenía la faz de belleza imperturbable sobre el dorso de las manos
entrejuntas. Yo le recordé la actitud semejante de Arquímedes en una estampa divulgada.
La mujer prefirió la igualdad con Margarita de Navarra, en
el acto de imaginar
sus
cuentos libres. Sus palabras crearon el ambiente de un drama cortesano, en
donde un caballero pulido teme el ingenio de una dama festiva y la celebra al
mismo tiempo en unos versos frívolos.
Aproveché ese instante para subrayar un pasaje
significativo en donde la reina siente de modo visible el pensamiento de
Bocaccio y su estilo ciceroniano. Usé en mi servicio la elocuencia de Fiammetta
y su ademán insinuante y sufrí de mi gentil señora una protesta indignada.
He acudido en ese momento a una superstición favorita de
los antiguos. He abierto al azar uno de los libros de mi devoción y he
encontrado el ejemplo de mi suerte en la paráfrasis de un soneto de
Shakespeare.
EL ALUMNO DE TERSITES
Yo me
había internado en la selva de las sombras sedantes, en donde se holgaba, según
la tradición, el dios ecuestre del crepúsculo. Era un sagitario retirado del
mundo y sustraído a la alegría y recibió por ello el castigo de una muerte
anticipada. El numen de la luz le guardó un duelo continuo y le encomendó la
hora ambigua del día.
Su amada había recibido la merced de la inmortalidad y
recorría las veredas
y
atravesaba la espesura del monte, en donde reinaba perpetuamente la misma hora,
a la vista de los celajes cárdenos.
Un pensamiento supremo la había enmudecido.
El matorral componía una alfombra delante de sus pies y
los árboles, soñando
con el
mediodía rutilante, arrojaban sobre su cabeza una lluvia de flores martirizadas.
Yo me había internado en la soledad silvestre, llevando
de compañero al
bufón
desterrado de la corte. Decía sus gracejos en forma de argumento, parodiando
risueñamente
a los escolares y doctores. Shakespeare lo mienta en uno de sus dramas. Había
incurrido, por imprudente, en el enojo de un rey venerable y de sus hijas.
El bufón dirigió la palabra, en son de festividad, a la
mujer del bosque entredicho, elevada al mismo privilegio de las personas
divinas, de hollar la tierra
con
pies desnudos e ilesos.
El bosque embelesado se mudó repentinamente en un
cantizal y el flagelo
del
relámpago azotó las higueras condenadas a la esterilidad.
LOS
AIRES DEL PRESAGIO
IDEAS
DISPERSAS SOBRE FAUSTO
El Cojo
Ilustrado, n? 488; Caracas, abril de 1912
¿Dónde
nació su leyenda? Nadie podrá decirlo con precisión. En Alemania hay varios
Faustos populares distintos del de Goethe. Existe el de Marlowe en Inglaterra,
el Mágico Prodigioso en España; y por último, las almas cándidas y fieras de la
Edad Media se divertían con narraciones cuyo protagonista era el hoy anacrónico
diablo, burlado ingeniosamente por un individuo que con él había hecho un
tratado. Lo mejor sería responder a la anterior pregunta: Supuesto que la
humanidad es esencialmente una misma en todas partes, la leyenda nació en
cualquier lugar donde hubiera hombres que sintiesen sed de sabiduría, ansia de
placeres, nostalgia de juventud.
Debido a esta uniformidad de sentimientos en la raza
humana sucede que el genio no crea el asunto de la obra maestra que lo
inmortaliza y cuyos personajes son tipos permanentes y cosmopolitas. Más de un libro
podría escribirse sobre los precursores de Dante; el argumento del Paraíso
Perdido es el de una comedia italiana a cuya representación asistió Milton;
algunos dramas de Shakespeare fueron inspirados por narraciones novelescas o
trágicas difundidas en su época. Esta falta de originalidad muy lejos de
disminuir la gloria del genio la aumenta, haciendo notar la distancia que lo
separa de la multitud. Además, el estilo de esos seres superiores es oscuro
generalmente: circunda sus pensamientos una nube como a los dioses paganos.
La mayor parte de las obras maestras lo son de oscuridad
y su lectura ordinariamente no aumenta la noción que de oídas habíamos
adquirido acerca de ellas. Es natural que las enseñanzas de los genios sean
enigmas; a nadie extraña que el caudal de agua caído desde muy alto sobre la
tierra, la hiera profundamente y se envuelva en nieblas evanescentes. Con razón
ha dicho alguien que lo claro es generalmente vulgar o que lo bello se presenta
ataviado de una oscuridad y misterio que a unos causa inquietud, a otros
respeto.
Este diferente resultado de lo desconocido depende del
temperamento de cada cual. Una filosofía comenzaba sentando que para el hombre
el misterio es un tormento; y Bacon al contrario pensaba que ante lo
desconocido el hombre se rendía de buen grado, disminuyendo la audacia de sus
investigaciones. Esta diferencia en el sentir se debe imputar a que los
escritores atribuyen a la humanidad sus opiniones, porque casi nunca se atreven
a hablar de sí mismos y emplean en lugar del yo franco y odioso el se vago e
impersonal. En literatura la oscuridad del estilo contribuye a aumentar el
número de los admiradores inconscientes que repiten y consagran con furor la
opinión de unos pocos escogidos dotados de criterio o de audacia. Entre los
hombres de escaso talento cuentan los autores célebres sus más decididos
partidarios. Es sabido que cuando enfermó de aquella divina fiebre de
antigüedad el espíritu humano, los retóricos que interpretaban a los autores
antiguos atribuíanles en su entusiasmo de ignorantes, ideas que nunca habían
tenido y belleza que nunca
habían
pensado.
Todas estas reflexiones sugiere la lectura de la obra
maestra de Goethe, reflexiones de aplicación general y variable. Alusiones no
comprendidas, escenas indescifrables, comunícanle el misterio que prestigia los
templos famosos, las religiones, las filosofías antiguas. En el libro me
hallaba perdido como en un laberinto
lleno
de voces discretas, sombras temerosas, pasos quedos, cuando sirvióme de guía el
poeta francés de Nerval, a quien enfureció la locura sagrada de las pitonisas y
malogró el mismo destino de Lucrecio. El oro de mucha belleza pasó por mi
espíritu, oro fugaz que se convertía en una de las escenas del libro en
mariposas y fuegos fatuos cuando era cogido por los espectadores que rodeaban
el carro de Pluto, que pasaba derramando falaces riquezas.
CARTAS
Caracas, 26 de marzo de 1921
Señor
Lorenzo Ramos
Maracaibo, - Agencia Banco Venezuela.
Estimado
Lorenzo:
Recibida
tu carta. La leí con suma atención, y visité a Lecuna, quien se manifiesta
dispuesto a dejarte allí y a contribuir a tu prosperidad. Te conviene vivir
dentro de las cuatro paredes de tu casa. Tomo en cuenta lo que dices en tu
última carta. Ya te había escrito diciéndote que debes escribir con el único
adorno de la expresión exacta y suprimiendo cruelmente lo que pueda sonar a
discurso. La palabra debe ser siempre humilde y llana. Nunca debe llamarse la
atención. Evita las malas compañías. Allí hay muchos alcohólicos.
Vive
solo, pero sé amable.
Debes
tener de tu propiedad estos libros en versiones francesas y en prosa,
excepto
la Biblia, que debe ser la versión protestante de Cipriano de Valera:
La
Iliada y Odisea, Plutarco, Virgilio, El Edda o sea la Mitología escandinava
(este
último libro te lo consigue Frangois Jarrin, Rué des Ecoles 48 o J.
Gamber,
Rué Danton 7), la Divina Comedia, Orlando Furioso por Ariosto,
Don
Quijote en español, el Fausto de Goethe, el Telémaco, las Mil y una
Noches.
Leer,
aunque no los tengas:
Teatro
inglés (Shakespeare), Teatro español (Lope de Vega, Calderón, Tirso
de
Molina, Alarcón) Teatro griego (Esquilo, Sófocles, Eurípides), Teatro
francés
(Moliere, Racine y Corneille). Con leer algún drama de cada autor
te
basta.
Te
basta leer algún ejemplar de cada tipo de novela: Novela picaresca (Gil
Blas).
Novela de casualidades inverosímiles (Tres Mosqueteros). Novela histórica
(Walter
Scott). Novela típica de Inglaterra (Dickens, Jorge Eliot que es mujer). Novela
típica de Francia (Balzac). Novela típica de Rusia (Dostoyevsky).
Novela
típica de España Moderna (Galdós, Pedro Antonio de Alarcón,
el
dramático es Ruiz de Alarcón).
Los
mejores manuales de historia universal son los de Duruy, y la mejor
historia
de Venezuela es la de Baralt que debes tener propia.
El día
que hayas leído todo esto poseerás una cultura literaria enorme. Ya
ves, no
es necesario leer muchos libros, sino los libros característicos de cada
nación
y de cada época.
J.
Gamber, Rué Danton 7, es más complaciente y activo que Jarrin; cuando
le
escribas fírmate Lorenzo Ramos, para evitar que te confunda conmigo. Dile
que no
quieres ediciones de lujo, sino decentes.
Te
conviene tener propio: F. Loliée, Histoire des Literatures comparées.
Edmond
Desmolins, A quoi tient la superiorité des Anglosaxons?
Ponte
en correspondencia con J. Gamber, el mejor agente. Vive en París,
Rué
Danton, 7.
Ocúpate
de leer primero los libros que te aconsejo, y no te dejes guiar en
ese
punto por más nadie.
Estoy
dispuesto a servirte con todas mis potencias. Mándame como quieras.
Sé
amable y vive solo. Complace a tus semejantes y esquívalos. Haz de cada
persona
con quien trates un amigo, pero no un amigo importuno sino un
amigo
útil.
(Sin firma)
Ginebra, 28 de abril de 1930
Señor
Lorenzo Ramos Sucre.
Maracay.
Mi
querido Lorenzo:
Luis
Yépez , portador de una carta en donde te lo presento, es concuñado
de
López Contreras.
Tú
diriges las cartas a Génova y no a Ginebra, dondo estoy.
Le
dirigí directamente el pésame al general Gómez.
Es
necesario que Gladys aprenda por el razonamiento y no de memoria. Se
aprende
a sorbos y no en gran cantidad. Se aprende como se come. Debe conocer
los
menesteres de la casa porque puede casarse. Debe poseer algún conocimiento
de los
que sirven para ganar la vida y adquirir conocimientos decorativos.
Es
necesario que sea un animal robusto. Enséñala a expresarse bien con
el
término exacto. Debe leer los clásicos castellanos para conocer el idioma y
evitar
la imitación del lenguaje bárbaro de los periódicos. Los escritores religiosos
de
España son insustituibles. Se les lee para aprovechar la frase y el vocablo
preciso.
Lo demás no interesa.
Aprenderá
el francés con el método dialogado de Simone, traduciendo primero
del
francés al castellano y al revés en el tercer repaso. Aprenderá la conjugación
francesa
advirtiendo que sólo importa conocer el cabo de cada inflexión verbal y que
éstas deben ser iguales cuando los tiempos tienen el mismo nombre.
No
aprenderá la conjugación francesa de memoria sino adivinará cada tiempo
al
verlo escrito. Leerá, para traducir, libros de historia y después los de
otra
especie.
Aprenderá
el inglés estudiando los diálogos del Palenzuela y Carreño y consultará
en el
apéndice los verbos irregulares observando que el pasado y el participio
terminan en letra dental y que la irregularidad consiste en la alteración
de la
vocal central del verbo inglés. Dicho método se aprende varias veces del inglés
para el
castellano y mucho más tarde se le traduce del castellano para el inglés.
Yo creo
que mi librero de París ha mandado para mi biblioteca las obras de
Shakespeare
con el texto doble en inglés y en francés. Shakespeare puede ser
muy
difícil, pero no leo otro autor inglés. La novela inglesa más bella es la de
Dickens.
Se puede leer el original y compararlo con una traducción francesa y
aprender
así el inglés.
Las
niñitas tienen bastante con el francés y el inglés y los aprenderán a sorbos
sin
dejar en blanco. Yo tengo en casa muy buenos libros, sobre todo
raros,
pero ellas empezarán por conocer la historia. Esta resume los demás
conocimientos.
Carmen
Ramos posee consejos míos sobre el arte de escribir.
Hay que
escribir diariamente una frase perfecta o sea exacta. Los perezosos
hablan
de modo impreciso.
Yo no
puedo mandar mis libros a Unamuno. No sé cómo puede conocerlos.
La
opinión del mundo castellano es que mi literatura es nueva y sin antecedentes.
[ . . .
]
Recuerda
que tú no sabes hacer negocios y que no debes hacer sino guardar
en la
caja de ahorros para comprar una buena casa a las niñitas.
Conserva
tu salud y trasmite a todos los de tu casa mis deseos por su felicidad.
Soy tu
fiel hermano,
José Antonio