El
final del día llega siempre, aunque lo retrases,
ya
que la infancia no es el principio sino el deliro;
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta.
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta.
Lo
correcto no es lo que los sabios crean suponer
sino
el verbo que se desvela en la oscuridad.
No
es lo dócil del acero que se intuye en la noche.
Afligidos
están los que cuentan las olas que se fueron.
Sintieron
perder su tiempo con la danza en la bahía de los aromas.
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta.
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta.
Para variar, no es la estrofa a la luna de quien
los locos cuentan
y sorprenden, no en las alturas, de la debilidad de
sus promesas.
No es lo dócil del acero que se descubre en la noche.
Y no son los jefes, quienes percibieron el fulgor
en la tumba
que con sus ojos de apagado fuego vieron pasar la
estela de sus vidas.
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta más allá.
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta más allá.
Y al final, colega mío, sentado en la butaca de la
barra del bar,
atesoras el despilfarro de experiencias de sal en tu acabado camino.
No es lo dócil del acero que se manifiesta en la noche.
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta, muerta está.
atesoras el despilfarro de experiencias de sal en tu acabado camino.
No es lo dócil del acero que se manifiesta en la noche.
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta, muerta está.
20 años, 936 versos & 1 relato
(2018)
(2018)