5/04/2020

La Flor de la Niñita Amarilla

Érase una vez, una Niñita que era Amarilla. La Niñita vivía en una quinta espaciosa y hermosa, con muchos vidrios como puertas y un patio interior a modo de jardín. El jardín era la mar de lo grande, tenía además una fuente redonda en el centro de la cual botaba un hilito azulado de agua dulce.

Un día, la Niñita Amarilla quiso tomar del jardín una flor; pero no cualquier flor. Tampoco era un día cualquiera, ya que era viernes, el día preferido de la Niñita Amarilla.

Afuera el sol reinaba la tarde. El viento era lento, apenas hacía mover a las hojas. Los tallos de las flores, en cambio, danzaban con un ritmo acompasado.

La Niñita Amarilla tenía dos actividades pendientes en su mente, una era la que hemos estado describiendo y la otra, despistar a la prima, quien vivía con ellos. La prima era inteligente, reservada y melancólica y era la primera de la clase. Las dos compartían edad, pero no la manera de ver a la vida.

La prima era huérfana y respondía al nombre de Rosa. La mamá de Rosa, la llamaban Azucena, y al papá, quien en vida fuera hermano de la mamá de la Niñita Amarilla, le llamaban Ricardo.

El tío Ricardo era el padrino de la Niñita Amarilla.

La Niñita Amarilla alternaba su atención en Rosa, la prima, y en la solitaria flor del jardín; una flor que no hablaba, pero cantaba, cantaba: «…perdón, vida de mi vida…»

En lo alto del cielo, el sol reinoso y las nubes, nubes silenciosas, cortesanas, viejos conocidos de la flor, observaban con disimulo los movimientos nerviosos de la Niñita Amarilla, a través del amplio muro de cristal que separaba el interior de la vivienda con el jardín del patio interior.

Cuando la Niñita Amarilla decidió, en la intimidad de su mente, ir por la flor, en vez de tomar el cuaderno de notas de la prima Rosa, decir “salir al jardín” y “comenzar a llover” fue uno solo.

La Niñita Amarilla no lo pensó, en vez de regresar, fue a buscar refugio en la caseta de los implementos del jardín, al fondo del patio.

El suelo de tierra se enlodaba, la flor cantaba: «…perdón, vida de mi vida…»

La lluvia no cejaba en su empeño de proteger a su amiga, la flor, y el sol reinoso estaba tan alto en el cielo que casi no se le podía ver sonreír, detrás, de los nubarrones cortesanos y esponjosos.

En ese momento, el padre de la Niñita Amarilla regresaba del trabajo y por la puerta grande de vidrio, aquel mismo muro cristal del cual espiaban el sol y las nubes a la Niñita Amarilla, vislumbró a su hija en el peligro de la intemperie.

El padre, una vez en el patio, gritó algo a su hija, pero ella no lo escuchó. Dejó de llover. El padre corrió hacia donde estaba la Niñita Amarilla y resbaló, y cayó al suelo enfangado, como un muerto.

La flor de la Niñita Amarilla cantaba: «…perdón, vida de mi vida…», y la Niñita Amarilla explotó y comenzó a llorar.

Gritó: «¡PAPÁ! ¡PAPÁ!»

Para completar, la mamá, que estaba de compras, exclamó: «¡Oh, my God!», al ver lo ocurrido en el patio.

El papá no reaccionaba y la Niñita Amarilla comenzó a tornarse morada. La mamá quiso correr hacia el patio y cayó también, porque estaba con su dark brown leather skirt.

La mamá gritó, con el brazo estirado, como si pudiera alcanzar a su hija: «¡ten paciencia, corazón!» … «¡Oh, heart!»

Pero la Niñita Amarilla, ahora morada, un poco mojada, se atrevió a caminar con un ritmo pausado, coordinado, hasta donde estaba su padre, para susurrarle, en el oído: «papá, papá; despierta, despierta; esto no es un sueño».

El olor de la grama era tan fresco, que hizo que el padre de la Niñita Morada simulara una sonrisa y abriera los ojos, por un momento, pero no el suficiente, para que luego volverlos a cerrar.

La mamá, luego de reaccionar, se levantó y sobando su rodilla, caminó renqueando hacia donde estaba su esposo, y la hija de ambos. La flor cantaba: «…perdón, vida de mi vida…»

La Niñita, que al final pudo distinguir las palabras que musitaba la flor, volteó, y la flor cantaba: «…perdón, vida de mi vida…»

La Niñita Amarilla, ahora Morada, caminaba con su familia mojada, hacia el interior de la vivienda.

La flor, ahora callada, se quedó sola en el jardín, y acompañada.

Fin