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No es realismo mágico, es surrealismo consciente: ¿quién
piensa los números?
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Era en una
Venezuela de progreso, —no como la de ahora—. Mi padrino abrazaba a padre, por
la espalda, en una edad que no correspondía a la mía. Detrás de ellos, estaba
el Tío Price (con una edad similar a la de aquellos).
Padrino
dijo: «hijo, así nos manteníamos con tu papá».
Entonces
una rumba de risas inocentes se escuchó en el lugar. Era un salón amplio de
dimensiones de salón de usos múltiples de un hotel de siete estrellas.
Desde el
cielo, era como un hotel de siete estrellas, en medio de unas montañas, de
construcción de madera y con nieve alrededor, y con árboles de pinos de hojas
verdes y escarchadas.
Los que
reían eran mis primos en un rango de edades que correspondía con la edad de aquellos.
Ellos decían entre dientes: «¿se van a casar?» y cosas por el estilo.
«Tan sólo
una palabra», dijeron aquellos pero, con veinte años de diferencia. Cuando
hablaron la vez primera tendrían unos 35 años, ahora, eran de 55.
Mis primos,
los González Finol y los Price Finol, también mutaron en edades. Todos escuchábamos
como “esa sola palabra”: A.M.O.R. caracterizaba la relación entre Padrino
Henry, padre y el Tío Price, en esos años en que se estrenaban como padres de
familias y cabezas de hogar.
Luego
tuvieron 75 años, con la diferencia que dos de ellos no habían llegado a esa
edad, y se hallaban presentes en una dimensión diferente.
Con el
cambio de las edades, alternaban sus posiciones en el salón también, mientras
relataban las ocurrencias de aquellos años dorados.
Luego uno
de ellos comentó (el Tío Price): «el éxito vino cuando Soda Stereo nos
versionó».
Entonces
pensé, “¿cuál de los tres sería el Franco de Vita de los ochentas?”.
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