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No es realismo mágico, es surrealismo consciente: ¿quién
piensa los números?
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Pensé que podía ir por la vida predicando y actuando de
buena manera, pero me sedujo una pequeña esclavita de oro, de entre un montón de
otras pertenencias ajenas y me la tomé para mí. A la esclavita de oro le
faltaba uno de los mecanismos para hacerla cerrar, y sin embargo, la robé.
Me dejé seducir por ella.
No tengo recuerdos del sentimiento que tuve en ese
momento, pero falté a mi palabra y religión de vida hasta el día mi muerte.
Todos tenemos un precio, —al parecer—.
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