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No es realismo mágico, es surrealismo consciente: ¿quién
piensa los números?
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Lo curioso era la tela de araña. No se le quitaba de la
cara. Hablaba y espantaba con la mano como cuando se hace con las moscas y la
tela de araña iba y venía, se estiraba y se encogía. Nicolasito era el heredero
de la empresa y todos los que le rodeábamos le teníamos envidia (a diferentes
niveles). Tenía mucho dinero pero, no hallaba qué hacer con él. Es decir, sólo
pensaba en las pasantes. Se mudó de casa de sus padres y construyó un ático
modernísimo en el edificio principal de la empresa del padre. Dijo que le había
costado 4 UF, mientras que los otros departamentos de solteros le salían en no
menos de 23 UF. Eso era lo único que sabía de economía. Entonces quitándose una
vez más los rastros de la tela de araña nos mostró en una de las pantallas
chicas del circuito cerrado de la empresa cómo una de las pasantes nuevas subía
por las escaleras de madera y sin barandas que había querido tener para subir a
su ático, —algo “chic” para personas jóvenes y atléticas—. Ella, la pasante,
tendría entre 19 y 21 años, era de piel canela clara, cabello negro, liso y
largo; vestía una minifalda ajustada de color beige y un body estrecho blanco con franjas horizontales negras, que
hacían juego con un cinturón de patente negro y unas sandalias que eran un
infarto. La manera en como vimos por la pantalla chica del circuito cerrado de
la empresa en subir esas escaleras de miedo por aquella mujer, nos hizo dar
dentera a todos los que estábamos presentes. La cuestión era que Nicolasito
decía que lo había hecho con todas, algunas veces, con dos en la mañana y con
dos en la tarde. Ninguno de nosotros dijo que-ni-“sí”,
ni-que-“no”, porque era cierto que
las veíamos subir por esas escaleras de diseñador moderno, estar un tiempo allá
arriba (según el registro de la cámara de seguridad de la empresa), y luego
bajar. Eso era lo que sabíamos y podíamos constatar a través de pruebas,
hechos. Lo que no termino de entender es, el por qué en ese día, a Nicolasito
no la dejaban en paz las telas de araña en la cara.
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