1 de diciembre
Estaba caminando por la franja de césped contigua a la autopista. La franja era un cuarto de montículo verde en donde uno de debería transitar, es decir, no era apta para peatones. Por eso uno caminaba inclinado y de miedo lado y los pasos se hacían difíciles de dar. Creo que era por seguridad. La cosa es que la autopista susodicha era grande, grande, grande, es decir, amplia. Tenía siete carriles por lado; el ida y el de venida. En una de esas vi a tres personajes en el sentido contrario al mío. Eran gigantes de 3 metros de estatura y estaban constituidos de madera. Pero era una madera que simulaba a la de los árboles, así que se podía decir que eran como troncos humanos de 3 metros caminando por la acera/montículo de la autopista contraria a la mía. Uno de ellos atravesó la autopista en dirección hacia mi. Como siempre me sucedía, pensé en algo malo. Siempre estoy pensando que estoy haciendo algo malo. Creo que es lo que sucede en las sociedades de ahora, la sociedad siempre está en lo correcto y los individuos sólo estamos para joderla a ella, a la sociedad, por eso es que cuando el individuo actúa en sociedad, la sociedad siempre tiene un punto de vista contrario al del individuo. Lo cierto es que el tronco humano se me acercó y me miró con sus ojos rojos cubiertos con una malla metálica, de esas que se usan en las viviendas para mantener alejadas a las moscas, para decirme que era de la Brigada de Calma y que por favor, buscara otro sitio en donde caminar. Me lo dijo de una forma tan amable que pensé en lo contrario de lo que había pensado acerca de la sociedad, lo que pasa es que uno se vuelve paranoico de pensar tanto en el individuo y no tanto en la sociedad. «Gracias inspector de Brigada de Calma», dije, «me iré hacia otro lado». El inspector me siguió con la mirada de sus ojos rojos protegidos con una malla metálica de espantar moscas hasta que desaparecí de su vista.
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Del libro inédito:
¿quién piensa los números?, oct, 2020
@chavez_finol