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Acostumbrarse
a las molestias diarias,
a
que se mueran los abuelos.
Hacerse
a la idea de que envejecen
los
padres y maduran los amigos.
Andar
un rato por las tardes.
Verse
de pronto envuelto en un debate
sobre
hasta cuándo es mejor dar el pecho.
Tener
una teoría al respecto.
Apuntarse
a cursos de idiomas
o
al gimnasio, y actualizar los blogs
al
menos una vez a la semana.
Hacer
la cama siempre al levantarse
y
fregar antes de que se acumule:
hacerse
fuerte en la rutina.
Ser
un hombre a la hora de hacer colas:
no
dejar que se cuelen las marujas
ni
nos venza el desaliento.
Medir
la vida en estados de Facebook
y
la aceptación social en “me gustas”.
Abrir
un plazo fijo a un interés
razonable
y defender que conviene
una
reforma fiscal moderada.
Seguir
los partidos sin pegar voces.
Hacerse
chequeos de vez en cuando,
que
total no cuesta nada. Enterarse
de
cuáles son los mejores productos
para
mantener limpia la piscina.
Irse
de vacaciones con los suegros.
Atender
cuando oyes “señor”
por
la calle. Aprender a hacerse el nudo
de
la corbata y a arreglar los enchufes.
Entender
por qué sube la hipoteca.
Asumir
que es cada vez más difícil
cumplir
el sueño de hacer un trío.
Gastar
mucho menos dinero en libros,
reducir
el tiempo de siesta.
Hablar
en las reuniones de vecinos.
Aprovechar
los descuentos del súper,
preferir
los conciertos en teatros,
elegir
cortinas de seda blancas
que
combinen con la mesa camilla,
buscar
porno duro gratis, cervezas
negras
y ginebras de marca, vinos
con
un ligero regusto a manzana
de
nombre extranjero. Decir que es suave
pero
con mucho cuerpo. Fijarse
en
cómo va resbalando la lágrima.
Usar
reloj.
Adaptarse,
como todos, al miedo.
Amortiguarlo
con pastillas.
Apagar
el despertador antes de que suene.
Ponerse
camisa para ir a trabajar.
Víctor Peña Dacosta (Plasencia, Cáceres, España,
1985)