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No es realismo mágico, es surrealismo consciente: ¿quién
piensa los números?
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Anoche soñé contigo. No sé por qué, nos encontrábamos en
Buenos Aires. Tú tenías puesto un sweater de lana de color purpura tornasolada con
cuello volcado; unos pantalones de tela de vaqueros de color azul índigo ceñidos,
ceñidos, ceñidos, como a veces usabas los pantalones (Dios mío) y tus sandalias
de tacones altos y anchos de color negro con los detalles en madera que te
hacían caminar como … como caminabas tú. La noche anterior habíamos bailado una
canción, luego de un hiato muy prolongado de no querernos (sabernos) acercar. Debió
haber sido un bolero, porque la bailamos en silencio y estábamos muy, muy, muy apretados
y juntos. Parecía que nuestros cuerpos se estaban reconociendo, luego de tantos
años de no saber el uno del otro. Al día siguiente, habían protestas sociales
en las calles de Buenos Aires. Por alguna extraña razón estaba con varios de
los involucrados de las protestas. Debajo de una autopista elevada nos
encontramos con otras personas más. Uno de los vándalos tocaba una batería
hecha de cuñetes usados de pintura. Consistía de dos tom tom, la caja y el bombo. Las piezas estaban unidas por un
mecanismo en la base. El hombre la lanzaba en el aire hacia delante y brincaba
detrás de ella, de manera que cuando la batería caía al suelo él, caía sentado
al mismo tiempo y comenzaba un repiqueteo rápido de varios segundos. Luego
brincaba de nuevo en sentido inverso, es decir, hacia atrás, y tomaba la
batería y la lanzaba de nuevo de vuelta hacia la calzada de tierra. Se iba;
lanzaba unas bombas molotov en dirección a la policía y regresaba. Tomaba la
batería una vez más de la calzada de tierra y la lanzaba de nuevo hacia la
acera, y repetía la acción; era como una catarsis. Luego llegaron unos policías
de la Provincia de Buenos Aires, y para sorpresa de todos, venían con un humor
extraño, como de paisano y de Barrio Alto, preguntaban: ¿son de la Provincia de Buenos Aires?, todos menos uno, dijeron que
no, al que dijo que sí, lo llevaron detenido. Entonces se digirieron a mí, para
variar, me quedé paralizado por el pavor congénito que le tengo a la autoridad.
Uno de los policías, abrió sus ojos como platos y como no le entendí la seña,
bajo el rostro y colocó su brazo en la frente. Luego supe reaccionar y volteé
la mirada, uno de mis compañeros me dijo con la señal característica de la
cabeza que dijera que “no”, así que dije: «no». Posteriormente nos
encontrábamos en la Comisaría Central de la Policía de la Provincia de Buenos
Aires a averiguar del paradero del que se habían llevado detenido. Entramos en
un edificio moderno de los años sesentas. Subimos unas escaleras y cruzamos a
la izquierda, pasamos por un pequeño puente y nos ubicamos en lo que parecía
una sala de espera. Inmediatamente supimos que era la Sala de Espera Principal
de la Sala de Reclamos. Uno de ellos fue a hacer la consulta y luego de saber
algo al respecto, salimos de la sala, de nuevo, hacia la izquierda y dimos con
un patio interno del edificio. De alguna manera, ahí estabas tú, con la misma
ropa de la noche anterior. No sé por qué, pensé, habíamos pasado la noche
juntos. Nos abrazamos, y esperamos. Llegaron al patio otro grupo de personas.
Eran trabajadores del Servicio Postal de la Argentina, pero venían del interior
del país. Era una comisión que traía el encargo de presentar un reclamo de
servicio a la Policía de la Provincia de Buenos Aires. No le recibieron el
reclamo pero, le dieron la razón: eran dos instituciones del Estado, y por tal
motivo, ninguna de ellas tenía la potestad jurídica de recibir un reclamo
directo de la otra, de manera que le dieron una alternativa de solución, que
buscaran personas civiles en la institución que recibieran el reclamo, como
ciudadano argentino, del Servicio Postal, para que a través de ellos,
presentaran oficialmente el reclamo a la Policía. Habían conseguido a una
persona, faltaba la segunda. Nos vieron y se acercaron a nosotros. Para buscar
conversación nos comentaron de la escritora de ventas multitudinarias argentina
que vivía en Inglaterra, quien había sido en la década de los ochentas la
primera persona de civil en adquirir un avión “Lockheed Martin F-16 Fighting
Falcon”. Lo comentaban con el mismo tono y expresión que usan los argentinos
una y otra vez para decir que “el dulce de leche fue inventado en la Argentina
de la misma manera que la birome, ¿viste?”. En cambio nosotros dos seguíamos
abrazados. Entonces te separaste de mí y me preguntaste si todo había comenzado
cuando te había invitado a que me acompañaras a tomarme un café, el día en que
nos conocimos, luego de concluida la reunión de inicio del proyecto y la
presentación formal del equipo de trabajo, aunque en realidad pensabas que todo
había comenzado una semana después de haber comenzado a trabajar juntos, un
poco menos de un año después de ese día en que nos conocimos, cuando fuimos a
comer sushi luego de ir al cine. Me miraste a los ojos para buscar la verdad
que querías encontrar y conseguiste la verdad que no querías conocer. Te dije
que sí, que todo había comenzado efectivamente cuando te había invitado a que
me acompañaras a tomarme un café, el día en que nos conocimos, luego de
concluida la reunión de inicio del proyecto y la presentación formal del equipo
de trabajo. Hiciste como cuando hacen las personas cuando se acuerdan que
dejaron algo olvidado en casa. Entonces comenzaste a llorar. De la misma manera
profunda y callada de aquella madrugada oscura en que me preguntaste si te
amaba. Nos quedamos callados. Nos miramos a los ojos y reaccionaste, de la
misma manera en que sólo tú sabías reaccionar, con paciencia y mesura: me
tomaste en tus brazos, y ya no era un abrazo entre dos, era un abrazo de una
persona a la otra. Luego dije: «no deben tardar en regresar los demás»; me
jodí, pensé, porque los del Servicio Postal enfocaron su atención en mí y me preguntaron
a quemarropa: «che, hacénos la vuelta, firmános la posta».
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