(En un futuro no muy lejano …)
− “Ay, Dios mío, mi linda! … Buenos días! … ¿Cuando te voy a ver fea?”, dijo desde el mostrador, el viejo portero, nuestro protagonista.
Luego: “Tu marido debe tener trillones de rociadores para aplicarte frescura en la mañana”, dijo.
La mujer lo miró con los mismos ojos que tuvo cuando nació. Era una mujer alta y corpulenta.
Usaba siempre la ropa ajustada, algunas tallas por debajo de su medida, y no era mentira que los zapatos de plataforma que usaba pesaban más de lo que ella podía sobrellevar.
Cuando la mujer terminó de pensar en lo que estaba pensando dijo: “no hay esposo”, sin quitarle la mirada al viejo portero, “me dejó por otra más grande que yo. Se la debe estar clavando en este momento”, dijo.
− “Ave María Purísima”, se persignó la compañera del viejo portero, quien estaba a su lado.
−“La muy perra”, se extendió la mujer, “estaba más flaca que las perras flacas de la Plaza Urdaneta cuando entró a trabajar, hoy, hace un año y siete meses, porque fue precisamente un 31 de de mayo, del año pasado, Día Mundial Sin Tabaco, cuando entró a la oficina, me acuerdo, y se presentó diciendo, la muy perra, perra esa, de esta manera: hoy me levanté con la determinación de dejar de fumar, ¡Mosquita muerta! Desde entonces, comenzó aganar peso y figura, ¡y ayudada por mí!”, dijo la ex-esposa del Gerente de Logística.
Esta conversación ocurría a las 7:10 de la mañana, 20 minutos antes de la hora de entrada.
Dos horas después: sí, dos horas. Dos horas en las cuales el viejo portero, a quien llamaban el “Sr. Misterio”, no perdió de vista a su teléfono inteligente. Por eso, para él, esas dos horas parecieron dos horas diferentes a las dos horas calendario.
La pantalla del mismo, se iluminaba como contrariada, durante esas dos horas: tilín, sonaba… Tilín… Tilín…
Tilín…Anunciando eventos, actualidades, actualizaciones, recordatorios, noticias y actualizaciones y recordatorios…
Cuando se guardó el dispositivo en el bolsillo del chaleco, luego de esas dos horas, volvió a sonar, pero diferente. No era un “tilín” de aviso, era una llamada.
El sonido era una cumbia de Pastor López, músico venezolano oriundo de Barquisimeto, entonces supo, sin tener la necesidad de ver la pantalla, que no eran noticias de su hija.
Sacó el dispositivo del bolsillo y leyó: COMPADRE.
Contestó:
− Dígame, compadre.
− …
− ¿A esta hora?
− …
− Sí, es 31 de diciembre, pero no tan temprano, compadre.
− …
− Aliñado, sí… con vodka, yo sé… un jugo de naranja… con vodka.
− …
− Eso también es cierto, compadre… la vida es corta… sí, una sola… estamos sobregirados…compadre… con nietos.
Con nietos… Cuando dijo esto, agradeció que su compadre, desde el otro lado de la línea, allá en Quisiro, hubiera cortado la comunicación, porque apenas tuvo aliento para ellas.
− “Señor, disculpe, ¿está abierto el banco?”, le preguntaron al viejo portero, un viejo como de su edad, pero más delgado, mucho más delgado, en el hueso, como decían los ancestros.
Éste, que estuvo esperando el tiempo que duró la llamada, estaba de pie, desde el otro lado del mostrador.
−“No, señor, no hay sistema”, dijo el portero, “si quiere”, informaba, sin dejar de mirar el dispositivo móvil, “espere su turno”, colocó el dispositivo sobre el mostrador, boca abajo y con el mismo brazo, señaló con el índice, en un lugar: “allá afuera”.
El escuálido visitante, desde el otro lado del mostrador, giró la cabeza y divisó una larga fila de cadáveres con vida de entre quince y veinte personas, de pie, y mirando al infinito, y exclamó: “¿allá?”.
− “Sí, allá”, constató el viejo portero.
− “Pero allá hace mucho calor”, dijo el visitante, usuario del banco.
− “Ay, maestro, si pudiera”, dijo el portero, con otro tono de voz, “le pondría copos de nieve en el camino de ida hacia su lugar en la fila, para que no sintiera el calor, pero no puedo”, dijo el portero, nuestro protagonista.
El visitante, jubilado de la empresa, se dirigió hacia al lugar indicado, dócil víctima del sistema.
La compañera del portero, de nombre Carmela, tenía concentrada su mirada en las empleadas del banco, quienes estaban distraídas, charlando, aprovechando las horas muertas de la falta de trabajo.
Miraba a la pantalla para constatar la información de la persona que entraba, marcando con su identificación electrónica en el lector, y dirigía, sin demora, otra vez, la mirada hacia las empleadas del banco, quienes eran dos mujeres jóvenes quienes parecían gemelas.
El viejo portero sabía lo que pasaba con Carmela, pero estaba acostumbrado al comportamiento extraño y ensimismado de su actual compañera de trabajo. Ella tendría unos 37 años, más o menos. Era gruesa, no muy pasada de peso, pero fofa, sin forma. Nunca usaba maquillaje.
− “Voy a revisar mi cuenta bancaria en el cajero”, dijo ella.
− “Ajam”, respondió el portero.
Entonces ella se levantó de su puesto. Salió del mostrador, y se dirigió a unos de los cajeros que estaban en el amplio espacio de recepción de la torre de oficinas. Pidió permiso para adelantarse a la fila y revisó sus cuentas.
Regresó.
En el camino de regreso, no dejó de mirar a las empleadas del banco.
Volvió a su puesto, y revisó algo en la pantalla de su máquina.
Se levantó.
Dijo: “Voy a llevarle agua al señor de la fila”.
− “Ajam”, respondió el portero.
Salió del mostrador, no sin antes voltear hacia el banco, a mirar a las empleadas. Se dirigió al filtro del agua. Llenó un envase y salió hacia la fila de cadáveres con vida y se detuvo en donde estaba el escuálido pensionado.
En ese momento sonó el teléfono del viejo portero. Era una canción de José Luis Perales. El portero abrió los ojos y las manos se les cubrieron de sudor. Miró a la pantalla del teléfono móvil y leyó: CONSUELO. Era su esposa.
Esperó un tiempo antes de contestar.
Contestó:
− Dime, Consuelo, ¿qué pasó?
− …
− No, no sé nada todavía.
− …
− Sí, en la despensa.
− …
− OK.
− …
− OK.
Pasaron otras dos horas. Otras dos horas que para el portero del banco parecieron tres, menos las dos horas que transcurrieren de verdad. Entonces las empleadas del banco salieron de la entidad financiera y se dirigieron al mostrador, el cual compartían el viejo portero y Consuelo.
Las dos parecían hermanas gemelas, como hemos dejado dicho. Pero no eran ni de cerca familiares. Una era de tez blanca y la otra de tez morena. Una se apellidaba Moreno, y la otra, Blanco. Ambas tenían el cabello brillante y con una vida que parecía propia.
Sus uniformes eran de color gris, con rayas finas verticales de color salmón, parecían la piel de ambas. Nada de lo que llevaban encima, era superficial. Con esto queremos decir, que sus pulseras, collares, prendedores, zarcillos y demás accesorios, eran una extensión de su ser, te podían decir algo de la vida de cualquiera de las dos; referente a sus novios, a sus hijas, parientes, relatos de la vida en la playa del fin de semana anterior, etc.
− “Hola, cariño”, le dijo la morena a Carmela.
Carmela hizo que no la escuchó.
− “Preciosa, buenos días”, dijo la otra.
Carmela enderezó la espalda y continuó escribiendo en el teclado.
− “¿En qué las puedo ayudar, criaturas del cielo?”, intervino el compañero de Carmela, el viejo portero.
−“Queremos pedirle algo a Carmela”, dijo la morena.
−“Carmela”, dijo el portero.
Carmela tampoco reaccionó.
− “Ustedes parecen dos mariposas recién salidas de sus capullos”, dijo el portero, como para destrabar lo trabado por el comportamiento de Carmela,“tan frescas que están las dos”.
− “Uy, no, señor, nada de mariposas”, dijo la morena. Luego se apartó del mostrador y recorrió con el índice derecho la silueta de su cuerpo, “nosotras seremos flexibles”, dijo ella, “pero no frágiles”, sentenció.
− “Enseguida las atiendo”, dijo al fin Carmela, “estoy terminando de escribir un reporte de extremada urgencia y necesidad”, y dijo esto en un tono aflautado.
− “Que bueno que la empresa tenga empleados como tu, lindura”, dijo la otra, intentando imitar el artificial tono de voz de la otra.
Las empleadas del banco requerían la llave del baño de damas para empleados de la empresa. Eso era lo que querían de Carmela.
Carmela, les dijo, “casualmente”, ese día, la llave, la había dejado en su casa.
El portero sabía que la llave tenía otras copias. Como también sabía que Carmela nunca sacaba activos de la empresa, fuera de la empresa.
Carmela era estricta con las normas.
− “Delante de Dios, mis niñas”, dijo ella, “la dejé olvidada en casa, no la tengo”.
El portero no contrarió a su compañera.
− “Criaturas divinas”, dijo, para volver a intervenir, “usen el de caballeros, les puedo entregar mi llave personal”, dijo.
− “No, gracias, señor Misterio, iremos al tercer piso”, dijo la morena.
− “Gracias, de todas maneras, niña”, dijo la otra.
Esto sucedía un poco antes del mediodía.
Pasó la hora de la comida. Comieron. Tomaron su reposo, y prepararon café.
Tomaron café (el Sr. Misterio no tomó café).
Un poco después de finalizado el descanso de la comida, sonó el teléfono del viejo portero, nuestro protagonista, era una canción de Depeche Mode, (el viejo portero no sabía quiénes eran los Depeche Mode), leyó el nombre en la pantalla: CONRADO. Era su yerno.
Esperó un tiempo, antes de contestar.
Contestó:
− ¿Qué pasó, yerno, qué noticias hay?
− …
− ¡¿Cómo que hay que dejar la clínica hoy?!
− …
− Voy a hablar con el director, sabe de mi trabajo desde hace treinta años, es más, él fue quien me ayudó a conseguirles puestos en la refinería de Paraguaná. Tendrá amigos también en el seguro, podrá disuadirlos.
− …
− ¿Cómo está tu esposa, mi hija?
− …
− Yo no sé si podré con todo esto.
Miró a Carmela. Ella estaba como siempre, sentada en frente de la pantalla con la espalda erguida, recta como una tabla, redactando correos innecesarios. No sabía si era él pero la sintió compungida.
Su hijo, el hijo adolescente de Carmela, le había escrito temprano, pero no había vuelto a saber de él. Un hijo sin padre y sin disciplina.
Abrió la boca, como para decir algo, pero no emitió sonido.
Carmela tipeaba en el teclado.
Tac tac tac tac tac enter enter enter tac tac tac tac tac.
Pobre Carmela, pensó.Volvió a abrir la boca Esta vez dijo:
− “Si quieres, te puedes venir con nosotros a pasar la noche vieja”.
Carmela hizo que no lo escuchó.
Tac tac tac tac tac enter enter enter barra espaciadora enter tac tac tac tac tac.
− “Si fueras hombre…”, dijo, pero no completó la frase.
Luego dijo: “las mujeres…”, tampoco terminó la frase.
Ella mantuvo su silencio y estaba como si el mundo necesitara de su presencia para continuar girando sobre su eje: tac tac tac tac tac. Al final, se detuvo. Se volteó y le dijo a su interlocutor: “es por su esposa, señor Misterio, no le caigo bien”.
−“¡JA! ¡Mi esposa! ¡JA! ¡JA-JA-JA-JA! ¡Mi esposa! ¡Si mi esposa no distingue un conejo de un gato!”, dijo. “¡JA! ¡Mi esposa!”.
−“Es que siempre me mira, señor Misterio, con cara de extraña”, dijo ella.
−“Deberías estar acostumbrada, entonces”, respondió el otro, en un tono menos jovial.
Pasó la tarde. A las 4:23 sonó el teléfono. Por primera vez no supo cómo interpretar el tono de la llamada, era una canción de Charly García. Miró la pantalla del dispositivo móvil: era su hija.
Sabía que había llegado el momento. No quería contestar. Esperó. El teléfono dejó de sonar.
Hubo un silencio.
Volvió a sonar el teléfono. Era otro tono, esta vez fue una canción de Ricky Martin. Miró a la pantalla: era su hija.
Se quedó mirando a la pantalla.
Contestó:
− “Hola hija… mi Rosa María…”…dijo. Y lo dijo en un hilo de voz.
Entonces se levantó del asiento y salió de la estación de trabajo.
Alrededor todo resultaba rutinario.
− “Dios te bendiga, mi hija”, dijo. Hubo un silencio. Al portero se le aguaron los ojos.
Del otro lado de la llamada se escuchaba un murmullo. Era un ruido disperso de personas en un espacio amplio y cerrado.
Luego se escuchó un gemido, era María Rosa, la hija del portero.
El viejo portero retiró el teléfono móvil de su oreja y lo colocó en su pecho. Buscaba un consuelo. Levantó la mirada. Luego de un instante volvió a colocar el aparato en su oreja:
− “Preciosa… mi adorada”, pero las palabras se atropellaron con las de su hija, ella también quiso hablarle.
− “…”
Mi hija murió, tu nieta, fueron las palabras de María Rosa. La pequeña tenía cinco meses. Nunca salió del hospital.
− “…”
− “¿Cómo puede ser? ¿Puede ser eso posible? ¿Cómo embarazada? ¿Embarazada? ¿Cómo?”
− “…”
− “Hija bella… hija… preciosa mía… adoración… regalo del cielo… milagro mío”,decía el viejo portero. “¿Hablaste con tu mamá?”, preguntó, luego de un momento, en donde el silencio tuvo un leve protagonismo.
− “…”
− “Está bien, ahora la llamo”.