es
desafortunado, y tampoco tiene estilo, pero eso no importa:
las
mujeres me recuerdan a pelos en el lavamanos y a intestinos
y a vejigas y a retorcijones en las mañanas;
también es desafortunado que
las bolas de helado, recién nacidos, válvulas de
motor, plagiostomes, palmeras,
pisadas en los pasillos … despiertan en mí la
misma indiferencia que siento
por las tumbas; en ninguna parte, quizá, se
hallaron refugios excepto
en saber que existieron otros hombres desesperados
como:
o mujeres desesperadas: luchadoras de ring,
enfermeras, mesoneras, putas
poetisas … aunque
supongo que el sonido de hielos chocando en el
vaso de vidrio es importante
o ratones husmeando en latas de cervezas—
dos entidades vacías buscándose encontrar la una a
la otra,
o la marea nocturna atorada de embarcaciones
escabrosas
que con sus luces penetran en la discreta membrana
del cerebro,
luces saladas
luces salinas
luces del mar
que conmueven y dejan en ti
un amor no tan lejano de la lejana India;
conducir una gran distancia sin motivo alguno
para sentir la modorra del aire a través de la
ventana
que conmueven y desgarran tu camisa como pájaros
asustados,
y siempre la luz roja del semáforo, siempre roja,
como el rojo fuego de la noche, fuego vencido,
derretido…
alacranes, muñones, manojos:
trabajos y esposas y vidas pasadas,
Beethoveen en su tumba muerto como una remolacha;
carretillas rojas, así es, o tal vez,
desde el infierno una carta firmada por ustedes
saben quien
o dos niños de bien rompiéndose las narices en una
pelea
encima de una tarima barata rodeados de humo
viciado,
pero principalmente, me importa poco, estar
sentado, acá,
con mis dientes corroídos,
leyendo a Herrick y a Spencer y a
Marvell y a Hopkins y a Bronte (hoy, a Emily);
y escuchando a la Midday Witch de Dvorak
realmente me importa poco, y como decía, es
desafortunado:
porque he estado recibiendo cartas de un joven
poeta como ustedes
(realmente joven, por su letra) en donde me relata
cómo algún día
seré reconocido como
uno de los más grandes poetas del mundo. Poeta!
Contravención: hoy caminé debajo del sol por las
calles
de esta ciudad: sin ver nada, sin saber nada, sin
ser
nada, para regresar a mi cuarto
una mujer fea con una sonrisa fea;
ella ya estaba muerta, y por cualquier lugar cables:
cables de teléfonos, cables de electricidad,
cables de caras incandescentes
atrapadas como peces en la pecera y sonrientes,
y no estaban los pájaros, los pájaros se habían
ido,
los pájaros no querían las sonrisas de los cables
y entonces cerré la puerta de mi casa (al fin)
pero a través de la ventana era lo mismo:
un teléfono repicaba, alguna carcajada,
pero extrañamente
recordé todos los números de los caballos de
carreras
que se iban atenuando en la pantalla totalizadora,
atenuando como lo hizo Sócrates, como Lorca lo
hizo,
como Chatterton…
Prefiero pensar en nuestras muertes como si no
importaran demasiado
acaso como algo que se debe dejar a un lado, como
un problema,
como botar la basura en la calle de servicio,
y de igual manera decidí guardar las cartas del
joven poeta,
no creí entonces ni ahora en lo que ellas decían
pero igual se puede ver
a través de las palmeras aunque estén marchitas
se puede ver
a través del sol aunque se esté escondiendo
y sea el final del día.
Traducción: @nanolaguna