Diarios (1910-1923) (Fábula)
Kafka, Franz
BIOGRAFÍAS,
AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS (NF).
Diarios
Mayo 1995
Fábula F 32
ISBN: 978-84-7223-863-3
País edición: España
448 pág.
Mayo 1995
Fábula F 32
ISBN: 978-84-7223-863-3
País edición: España
448 pág.
Pág.
71
“La
compasión que sentimos por estos actores, que son tan buenos y no ganan nada, y
que ademas están muy lejos de obtener el agradecimiento y la gloria
suficientes, es en realidad la compasión por el triste destino de muchos nobles
esfuerzos, y sobre todo el de los nuestros. Por ello su intención resulta
desproporcionada, porque exerneamente se atiene a unas personas ajenas a
nosotros, y en realidad nos pertenece. Sin embargo, todo ello está sin duda tan
estrechamente vinculado a los actores, que ni siquiera ahora puedo separarlo de
ellos. El hecho de que lo reconozca determina que aún se estreche más la unión
con ellos”.
***
Pág.
97
“Progresivamente,
intentaré agrupar lo que hay en mí de indudable, luego lo creíble, luego lo
posible, etc. Es indudable mi avidez por los libros. No tanto por poseerlos
o leerlos como por verlos, por convencerme de su permanente existencia en los
estantes de una librería. Si en alguna parte hay varios ejemplares del
mismo libro, cada uno de ellos me alegra. Es como si dicha avidez partiese del
estómago, como si fuese un apetito descaminado. Los libros que yo poseo me dan
menos gusto; en cambio me alegran ya los libros de mis hermanas. El deseo de
poseerlos es incomparablemente menor, casi inexistente.”
***
Pág.
116
9 de
diciembre. Stauffer-Bern: «La dulzura de la producción literaria
nos
engaña en lo que respecta a su valor absoluto.»
Cuando uno se siente dominado por un libro de cartas o de
memorias,
independientemente de quien sea el autor, en este caso
Karl
Stauffer-Bern, no se lo incorpora con sus propias fuerzas, porque para ello ya
se necesita arte, y éste es feliz consigo mismo, sino que se entrega —así le
ocurre muy pronto a quien simplemente no opone resistencia— dejándose arrastrar
por la totalidad del otro y se deja convertir en un ser afín al otro; entonces
no tiene nada de extraño que, al cerrar el libro, uno sea devuelto a sí mismo,
vuelva a sentirse cómodo, tras esta excursión y este desahogo, en su personalidad
propia, nuevamente reconocida, removida de nuevo, contemplada por unos momentos
a distancia, y quede con la cabeza más despejada. — Sólo posteriormente puede
sorprendernos que aquella peripecia vital de un extraño, a pesar de su viveza,
esté descrita de un modo inalterable en un libro, aunque creemos saber por
experiencia propia que nada en el mundo dista tanto de una experiencia —por
ejemplo, el dolor por la muerte de un amigo— como la descripción de esta
experiencia. Sin embargo, lo que está bien para nuestra persona, no lo está
para los otros. Cuando, pongamos por caso, no podemos dar satisfacción a
nuestros sentimientos con nuestras cartas —naturalmente hay aquí una cantidad
de gradaciones que se diluyen en ambos sentidos—, cuando debemos recurrir una y
otra vez, aun en nuestros mejores momentos, a expresiones como
«indescriptible», «indecible», o a un «tan triste» o «tan hermoso», seguido de
una frase que se desmorona rápidamente, introducida por un «que», entonces se
nos da como compensación la facultad de comprender informaciones de otros con
la tranquila precisión que nos falta ante las propias cartas, al menos en tal
medida. El desconocimiento en que nos hallamos respecto a los sentimientos que
nos han llevado según los casos a
estrujar
o a extender el papel de la carta; precisamente tal desconocimiento se
convierte en inteligencia, puesto que nos vemos obligados a atenernos a la
carta que tenemos delante, a creer únicamente en lo que hay en ella: a hallarlo
perfectamente expresado, y con una expresión igualmente perfecta, como debe
ser, si queremos que se abra ante nosotros el camino hacia lo humano. Así, por
ejemplo, las cartas de Karl Stauffer sólo contienen el relato de la breve vida
de un artista... (se interrumpe)”.
***
Pág.
125
Una de
las ventajas de llevar un diario consiste en que uno se vuelve, con una
claridad tranquilizadora, consciente de las transformaciones a las que está
sometido incesantemente, unas transformaciones que uno crea, presiente y admite
generalmente de un modo natural, pero que siempre niega inconscientemente
cuando se trata de obtener esperanza y paz con semejante reconocimiento. En
el diario se encuentran pruebas de que uno ha vivido, ha mirado a su alrededor
y ha anotado observaciones incluso en estados de ánimo que hoy parecen
insoportables; o sea que esta mano derecha se movió como en este momento,
en el que de hecho, gracias a la posibilidad de tener una visión de conjunto
del estado anterior nos hemos vuelto más sensatos, aunque por esto mismo
debernos reconocer más aún la intrepidez de nuestro esfuerzo de entonces que
sin embargo se mantuvo en una total ignorancia.
***
Pág.
134
“Esta sensación de falsedad que tengo al escribir
podría describirse con la imagen siguiente: ante dos agujeros que hay en el
suelo, alguien espera la aparición de algo que sólo puede salir del agujero de
la derecha. Pero, mientras éste permanece cerrado por una tapa vagamente
perceptible, sale del izquierdo una aparición tras otra; estas apariciones
intentan atraer la mirada hacia ellas y acabar consiguiéndolo por su creciente
voluminosidad, que llega a cubrir incluso el otro agujero, el nuestro, por
mucho que tratemos de impedirlo. Y he aquí que entonces, si no queremos dejar
aquel lugar —y no lo queremos a ningún precio—, tenemos que conformarnos con lo
que se nos ha aparecido, lo cual, por su fugacidad —su fuerza se agota en el
simple hecho de aparecer—, no puede satisfacernos: pero que, al quedarse
inmóvil por su misma debilidad, nos permite desplazarlo hacia adelante y en
todas direcciones, con el único fin de suscitar otras apariciones, porque nos
resulta insoportable la constante visión de una de ellas, y porque además queda
la esperanza de que, tras el agotamiento de las apariciones falsas, surjan
finalmente las verdaderas. ¡Qué poca fuerza tiene la imagen precedente! Entre
la sensación real y la descripción metafórica aparece colocada, como un tablón,
una suposición incoherente.”
***
Pág. 135
“Las dificultades para terminar aunque sea un breve
ensayo no radican en el hecho de que nuestro sentimiento, para la terminación del
trabajo, requiere un fuego que el contenido real de lo anteriormente escrito no
ha sido capaz de suscitar por sí mismo, sino que dichas dificultades se deben
más bien a que el más insignificante ensayo exige que el autor esté satisfecho
de sí mismo y se pierda en su interior; sin estas condiciones es difícil
penetrar en la atmósfera del día cotidiano si no hay una enérgica resolución y
un acicate exterior, de suerte que, antes de haber concluido el ensayo y de
podernos retirar tranquilos, nos lanzamos fuera de él y desde fuera tenemos que
completar el final, con unas manos que no sólo deben trabajar, sino también
sostenerse a sí mismas.”
***
Pág. 142
En mí se
puede reconocer perfectamente una concentración apta para escribir. Cuando se
hizo evidente en mi organismo que la literatura era la manifestación más
productiva de mi personalidad, todo tendió a ella y dejó vacías todas las
facultades que se orientaban hacia los placeres del sexo, de la comida, de la
bebida, de la meditación filosófica, y principalmente de la música. Me atrofiaba
en todos los aspectos. Esto era necesario, porque mis energías, en su
totalidad, eran tan escasas que únicamente reunidas podían ser medianamente
utilizables para la finalidad de escribir. Naturalmente, no di con esta
finalidad de un modo autónomo y consciente; fue ella la que se encontró a sí
misma y ahora se ve obstaculizada únicamente, pero de un modo radical, por la
oficina. En cualquier caso no debo lamentarme porque no pueda soportar una
amante, porque entienda casi tanto de amor como de música y tenga que
contentarme con los efectos más superficiales y fugaces, porque la noche de fin
de año cenara nabos y espinacas y bebiera un cuartillo de Ceres, y porque el
domingo no pudiera asistir a la conferencia de Max sobre sus trabajos
filosóficos; la compensación por todo ello es clara como la luz del día. O sea,
que sólo tengo que arrojar en medio de todo este montón de cosas el trabajo de
la oficina (puesto que mi desarrollo está ya concluido y, por lo que veo, no
tengo más que sacrificar) para iniciar mi verdadera vida, en el curso de la
cual, con el progreso de mi obra, mi rostro podrá finalmente envejecer de un
modo natural.”
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Pág. 182
23 de
setiembre. Esta narración, La condena, la he escrito de un tirón,
durante la noche del 22 al 23, entre las diez de la noche y las seis de la
mañana. Apenas si podía sacar las piernas de debajo de la mesa, entumecidas por
haber permanecido sentado tanto tiempo. La tensión y la alegría terribles con
que la historia se iba desplegando ante mí, y cómo me iba abriendo paso entre
las aguas. Varias veces, durante esta noche, todo mi peso se concentró en la
espalda. Cómo todas las cosas pueden decirse, cómo para todas, para las más
extrañas ocurrencias, hay preparado un gran fuego en el que se consumen y
renacen. Cómo la ventana se volvió azul. Pasó un carruaje. Dos hombres cruzaron
el puente. A las dos, miré el reloj por última vez. Cuando la criada recorrió
por primera vez la antesala, yo escribía la última frase. Acción de apagar la
lámpara y luz diurna. Leves dolores cardíacos. El cansancio que desaparece a la
mitad de la noche. La entrada temblorosa de las hermanas en el aposento. Lectura
en voz alta. Previamente, el acto de estirar los miembros
ante la
criada y decir: «He estado escribiendo hasta ahora.» El aspecto de la cama
intacta, como si acabaran de introducirla. La confirmada convicción de que, con
mi novela, me encuentro en las vergonzosas depresiones que tiene el arte de
escribir. Sólo así se puede escribir,
sólo con esa cohesión, con esa apertura total de cuerpo y alma. Mañana
pasada en la cama. Los ojos siempre claros. Mientras escribía, acarreo de
muchos sentimientos, por ejemplo, la alegría de que voy a tener algo hermoso
para la Arcadia
de Max; naturalmente, recordé a Freud en un pasaje; en otro, Arnold Beer;
en otro, a Wassermann; en otro, La giganta, de Werfel; también, por supuesto,
mi narración El mundo urbano.”
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Pág. 194
“Método especial de pensamiento. Impregnado de
sensibilidad. Todo se siente como idea, aun en la mayor imprecisión.
(Dostoyevski.).”
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Pág. 203
“22 de octubre. Demasiado tarde. La dulzura de la
melancolía y del amor. Que, en el bote, ella me dirigiera su sonrisa. Esto fue
lo más hermoso de todo. Sólo el deseo de morir y el hecho de seguir resistiendo
todavía, sólo eso es amor.”
***
Pág. 280
“… Olvidé añadir, y luego omití
intencionadamente, que lo mejor que he escrito tiene su origen en esta
capacidad de poder morir contento.”
***
Pág. 281
“… con mi madre no necesitaba tantos
recursos artísticos como con el lector.”
***
Pág. 322
“No se aprende la vida en el mar con
ejercicios en un charco, y en cambio, un exceso de entrenamiento en el charco
puede incapacitarnos para ser marineros.”
***
Pág. 337
“Pero sólo puedo tener felicidad si
puedo elevar el mundo a lo puro, a lo verdadero, a lo inalterable.”
***
Pág. 322
“El «Copperfield» de Dickens («El
fogonero» es una simple imitación de Dickens, y lo será más aún la novela
proyectada),”
***
Pág. 356
“M. tiene
razón respecto a mí: ‘Todo magnífico, sólo que no está hecho para mí, y con
razón’. Con razón, digo yo, y demuestro que tengo al menos esta confianza. ¿O
es que ni siquiera la tengo?, porque no pienso realmente en ‘razón’. La vida
tiene tanto poder de convicción, que no deja lugar para la razón y la sinrazón.
Del mismo modo que tú, en el momento desesperado de la muerte, no podrás
meditar en la razón y en la sinrazón, tampoco podrás hacerlo en la
desesperación de la vida. Basta con que las flechas encajen exactamente en
las heridas que han abierto”
***