11/27/2015

DIARIOS (1910-1923) de FRANZ KAFKA - (Selección)



Diarios (1910-1923) (Fábula)

Kafka, Franz


BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS (NF). Diarios
Mayo 1995
Fábula F 32
ISBN: 978-84-7223-863-3
País edición: España
448 pág.


Pág. 71

“La compasión que sentimos por estos actores, que son tan buenos y no ganan nada, y que ademas están muy lejos de obtener el agradecimiento y la gloria suficientes, es en realidad la compasión por el triste destino de muchos nobles esfuerzos, y sobre todo el de los nuestros. Por ello su intención resulta desproporcionada, porque exerneamente se atiene a unas personas ajenas a nosotros, y en realidad nos pertenece. Sin embargo, todo ello está sin duda tan estrechamente vinculado a los actores, que ni siquiera ahora puedo separarlo de ellos. El hecho de que lo reconozca determina que aún se estreche más la unión con ellos”.


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Pág. 97

“Progresivamente, intentaré agrupar lo que hay en mí de indudable, luego lo creíble, luego lo posible, etc. Es indudable mi avidez por los libros. No tanto por poseerlos o leerlos como por verlos, por convencerme de su permanente existencia en los estantes de una librería. Si en alguna parte hay varios ejemplares del mismo libro, cada uno de ellos me alegra. Es como si dicha avidez partiese del estómago, como si fuese un apetito descaminado. Los libros que yo poseo me dan menos gusto; en cambio me alegran ya los libros de mis hermanas. El deseo de poseerlos es incomparablemente menor, casi inexistente.”



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Pág. 116

9 de diciembre. Stauffer-Bern: «La dulzura de la producción literaria
nos engaña en lo que respecta a su valor absoluto.»
Cuando uno se siente dominado por un libro de cartas o de
memorias, independientemente de quien sea el autor, en este caso
Karl Stauffer-Bern, no se lo incorpora con sus propias fuerzas, porque para ello ya se necesita arte, y éste es feliz consigo mismo, sino que se entrega —así le ocurre muy pronto a quien simplemente no opone resistencia— dejándose arrastrar por la totalidad del otro y se deja convertir en un ser afín al otro; entonces no tiene nada de extraño que, al cerrar el libro, uno sea devuelto a sí mismo, vuelva a sentirse cómodo, tras esta excursión y este desahogo, en su personalidad propia, nuevamente reconocida, removida de nuevo, contemplada por unos momentos a distancia, y quede con la cabeza más despejada. — Sólo posteriormente puede sorprendernos que aquella peripecia vital de un extraño, a pesar de su viveza, esté descrita de un modo inalterable en un libro, aunque creemos saber por experiencia propia que nada en el mundo dista tanto de una experiencia —por ejemplo, el dolor por la muerte de un amigo— como la descripción de esta experiencia. Sin embargo, lo que está bien para nuestra persona, no lo está para los otros. Cuando, pongamos por caso, no podemos dar satisfacción a nuestros sentimientos con nuestras cartas —naturalmente hay aquí una cantidad de gradaciones que se diluyen en ambos sentidos—, cuando debemos recurrir una y otra vez, aun en nuestros mejores momentos, a expresiones como «indescriptible», «indecible», o a un «tan triste» o «tan hermoso», seguido de una frase que se desmorona rápidamente, introducida por un «que», entonces se nos da como compensación la facultad de comprender informaciones de otros con la tranquila precisión que nos falta ante las propias cartas, al menos en tal medida. El desconocimiento en que nos hallamos respecto a los sentimientos que nos han llevado según los casos a
estrujar o a extender el papel de la carta; precisamente tal desconocimiento se convierte en inteligencia, puesto que nos vemos obligados a atenernos a la carta que tenemos delante, a creer únicamente en lo que hay en ella: a hallarlo perfectamente expresado, y con una expresión igualmente perfecta, como debe ser, si queremos que se abra ante nosotros el camino hacia lo humano. Así, por ejemplo, las cartas de Karl Stauffer sólo contienen el relato de la breve vida de un artista... (se interrumpe)”.


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Pág. 125

Una de las ventajas de llevar un diario consiste en que uno se vuelve, con una claridad tranquilizadora, consciente de las transformaciones a las que está sometido incesantemente, unas transformaciones que uno crea, presiente y admite generalmente de un modo natural, pero que siempre niega inconscientemente cuando se trata de obtener esperanza y paz con semejante reconocimiento. En el diario se encuentran pruebas de que uno ha vivido, ha mirado a su alrededor y ha anotado observaciones incluso en estados de ánimo que hoy parecen insoportables; o sea que esta mano derecha se movió como en este momento, en el que de hecho, gracias a la posibilidad de tener una visión de conjunto del estado anterior nos hemos vuelto más sensatos, aunque por esto mismo debernos reconocer más aún la intrepidez de nuestro esfuerzo de entonces que sin embargo se mantuvo en una total ignorancia.


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Pág. 134

“Esta sensación de falsedad que tengo al escribir podría describirse con la imagen siguiente: ante dos agujeros que hay en el suelo, alguien espera la aparición de algo que sólo puede salir del agujero de la derecha. Pero, mientras éste permanece cerrado por una tapa vagamente perceptible, sale del izquierdo una aparición tras otra; estas apariciones intentan atraer la mirada hacia ellas y acabar consiguiéndolo por su creciente voluminosidad, que llega a cubrir incluso el otro agujero, el nuestro, por mucho que tratemos de impedirlo. Y he aquí que entonces, si no queremos dejar aquel lugar —y no lo queremos a ningún precio—, tenemos que conformarnos con lo que se nos ha aparecido, lo cual, por su fugacidad —su fuerza se agota en el simple hecho de aparecer—, no puede satisfacernos: pero que, al quedarse inmóvil por su misma debilidad, nos permite desplazarlo hacia adelante y en todas direcciones, con el único fin de suscitar otras apariciones, porque nos resulta insoportable la constante visión de una de ellas, y porque además queda la esperanza de que, tras el agotamiento de las apariciones falsas, surjan finalmente las verdaderas. ¡Qué poca fuerza tiene la imagen precedente! Entre la sensación real y la descripción metafórica aparece colocada, como un tablón, una suposición incoherente.”


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Pág. 135

“Las dificultades para terminar aunque sea un breve ensayo no radican en el hecho de que nuestro sentimiento, para la terminación del trabajo, requiere un fuego que el contenido real de lo anteriormente escrito no ha sido capaz de suscitar por sí mismo, sino que dichas dificultades se deben más bien a que el más insignificante ensayo exige que el autor esté satisfecho de sí mismo y se pierda en su interior; sin estas condiciones es difícil penetrar en la atmósfera del día cotidiano si no hay una enérgica resolución y un acicate exterior, de suerte que, antes de haber concluido el ensayo y de podernos retirar tranquilos, nos lanzamos fuera de él y desde fuera tenemos que completar el final, con unas manos que no sólo deben trabajar, sino también sostenerse a sí mismas.”


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Pág. 142

En mí se puede reconocer perfectamente una concentración apta para escribir. Cuando se hizo evidente en mi organismo que la literatura era la manifestación más productiva de mi personalidad, todo tendió a ella y dejó vacías todas las facultades que se orientaban hacia los placeres del sexo, de la comida, de la bebida, de la meditación filosófica, y principalmente de la música. Me atrofiaba en todos los aspectos. Esto era necesario, porque mis energías, en su totalidad, eran tan escasas que únicamente reunidas podían ser medianamente utilizables para la finalidad de escribir. Naturalmente, no di con esta finalidad de un modo autónomo y consciente; fue ella la que se encontró a sí misma y ahora se ve obstaculizada únicamente, pero de un modo radical, por la oficina. En cualquier caso no debo lamentarme porque no pueda soportar una amante, porque entienda casi tanto de amor como de música y tenga que contentarme con los efectos más superficiales y fugaces, porque la noche de fin de año cenara nabos y espinacas y bebiera un cuartillo de Ceres, y porque el domingo no pudiera asistir a la conferencia de Max sobre sus trabajos filosóficos; la compensación por todo ello es clara como la luz del día. O sea, que sólo tengo que arrojar en medio de todo este montón de cosas el trabajo de la oficina (puesto que mi desarrollo está ya concluido y, por lo que veo, no tengo más que sacrificar) para iniciar mi verdadera vida, en el curso de la cual, con el progreso de mi obra, mi rostro podrá finalmente envejecer de un modo natural.”


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Pág. 182

23 de setiembre. Esta narración, La condena, la he escrito de un tirón, durante la noche del 22 al 23, entre las diez de la noche y las seis de la mañana. Apenas si podía sacar las piernas de debajo de la mesa, entumecidas por haber permanecido sentado tanto tiempo. La tensión y la alegría terribles con que la historia se iba desplegando ante mí, y cómo me iba abriendo paso entre las aguas. Varias veces, durante esta noche, todo mi peso se concentró en la espalda. Cómo todas las cosas pueden decirse, cómo para todas, para las más extrañas ocurrencias, hay preparado un gran fuego en el que se consumen y renacen. Cómo la ventana se volvió azul. Pasó un carruaje. Dos hombres cruzaron el puente. A las dos, miré el reloj por última vez. Cuando la criada recorrió por primera vez la antesala, yo escribía la última frase. Acción de apagar la lámpara y luz diurna. Leves dolores cardíacos. El cansancio que desaparece a la mitad de la noche. La entrada temblorosa de las hermanas en el aposento. Lectura en voz alta. Previamente, el acto de estirar los miembros
ante la criada y decir: «He estado escribiendo hasta ahora.» El aspecto de la cama intacta, como si acabaran de introducirla. La confirmada convicción de que, con mi novela, me encuentro en las vergonzosas depresiones que tiene el arte de escribir. Sólo así se puede escribir, sólo con esa cohesión, con esa apertura total de cuerpo y alma. Mañana pasada en la cama. Los ojos siempre claros. Mientras escribía, acarreo de muchos sentimientos, por ejemplo, la alegría de que voy a tener algo hermoso para la Arcadia de Max; naturalmente, recordé a Freud en un pasaje; en otro, Arnold Beer; en otro, a Wassermann; en otro, La giganta, de Werfel; también, por supuesto, mi narración El mundo urbano.”


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Pág. 194

“Método especial de pensamiento. Impregnado de sensibilidad. Todo se siente como idea, aun en la mayor imprecisión. (Dostoyevski.).”


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Pág. 203

“22 de octubre. Demasiado tarde. La dulzura de la melancolía y del amor. Que, en el bote, ella me dirigiera su sonrisa. Esto fue lo más hermoso de todo. Sólo el deseo de morir y el hecho de seguir resistiendo todavía, sólo eso es amor.”


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Pág. 280

“… Olvidé añadir, y luego omití intencionadamente, que lo mejor que he escrito tiene su origen en esta capacidad de poder morir contento.”


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Pág. 281

“… con mi madre no necesitaba tantos recursos artísticos como con el lector.”


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Pág. 322

“No se aprende la vida en el mar con ejercicios en un charco, y en cambio, un exceso de entrenamiento en el charco puede incapacitarnos para ser marineros.”


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Pág. 337

“Pero sólo puedo tener felicidad si puedo elevar el mundo a lo puro, a lo verdadero, a lo inalterable.”


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Pág. 322

“El «Copperfield» de Dickens («El fogonero» es una simple imitación de Dickens, y lo será más aún la novela proyectada),”


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Pág. 356

“M. tiene razón respecto a mí: ‘Todo magnífico, sólo que no está hecho para mí, y con razón’. Con razón, digo yo, y demuestro que tengo al menos esta confianza. ¿O es que ni siquiera la tengo?, porque no pienso realmente en ‘razón’. La vida tiene tanto poder de convicción, que no deja lugar para la razón y la sinrazón. Del mismo modo que tú, en el momento desesperado de la muerte, no podrás meditar en la razón y en la sinrazón, tampoco podrás hacerlo en la desesperación de la vida. Basta con que las flechas encajen exactamente en las heridas que han abierto”


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