El final del día llega siempre
aunque lo apresures,
Ya que la infancia no es el principio sino el deliro;
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta.
Ya que la infancia no es el principio sino el deliro;
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta.
Lo correcto no es lo que los
sabios crean suponer
Sino el verbo que se desvela en la
oscuridad.
Afligidos están los que cuentan
las olas que se fueron
Sintieron perder su tiempo con la
danza en la bahía de los aromas,
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta.
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta.
Para variar, no es la estrofa a la
luna de quien los locos cuentan
Y sorprenden, no en las alturas,
de la debilidad de sus promesas
no es lo dócil del acero que se descubre
en la noche.
Y no son los jefes, quienes
percibieron el fulgor en la tumba
Que con sus ojos de apagado fuego
vieron pasar la estela de sus vidas,
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta más allá.
Qué más da, qué más da ante la luz que está muerta más allá.
Y al final, colega mío, sentado en
la butaca de la barra del bar,
Atesoraste, despilfarraste experiencias de sal en tu acabado camino.
No es lo dócil del acero que se manifiesta en la noche.
Qué más da, qué más da ante la luz que muerta, muerta está.
Atesoraste, despilfarraste experiencias de sal en tu acabado camino.
No es lo dócil del acero que se manifiesta en la noche.
Qué más da, qué más da ante la luz que muerta, muerta está.