8/15/2016

De los cuadernos de notas de Barcelona. Introducción ... (de la columna que nunca fue)




No sé si han visto la escena en Los Simpson cuando Homero se propone a comenzar un negocio propio. Luego aparece Homero con sus lentes de leer (intelectualmente) un tomo grueso cuyo título sería: “Economía para emprendedores”. La siguiente escena se ve a un Homero con otro tomo, cuyo título sería: “Economía para principiantes”. Luego otra escena, un libro distinto a los anteriores, cuyo título sería: “Economía para Dummies (tontos)”. Una última escena, ya con un Homero con expresión de Homero (aunque con los mismo lentes de pasta negro puestos (intelectualmente), leyendo un libro nuevo, diferente, cuyo título sería: DICCIONARIO, qué es economía. Así estaba yo los primeros días en las clases de doctorado en la capital de Cataluña, Barcelona.

Y no es nada, en la Escuela de Arquitectura de mi país, supuestamente, yo, estaba dentro del grupo de los “intelectuales”. No era mentira. Sí pertenecía a un grupo “diferente”. Nos gustaba la arquitectura de una manera “diferente”. No mejor, no peor, “diferente”. Nos causaba una curiosidad que nos llevó a buscar a un profesor recién llegado de París, con un título en la Sorbona y quien había trabajado con Ciriani, un importante arquitecto peruano, con dientes franceses y que hablaba en francés, sólo en francés, porque era un irrespeto para los franceses no expresarse en francés en el país de los franceses. Residenciado desde hacía mucho tiempo en la capitál francesa, y con una importante obra reconocida de respaldo en su haber.

Había podido leer en toda la carrera de arquitectura unos diez tomos de teoría, algunos, no más de cinco, de historia, (contando historia del arte e historia de la arquitectura, sobretodo moderna, desde Frank Lloyd Wright para acá) y conocía a algunos autores de literatura. Eso me hacía “diferente”, “curioso”, pero en en las clases de doctorado en la capital de Cataluña, Barcelona, era un Homero buscando en el DICCIONARIO, la palabra, hermenéutica.

Nos hablaron de Bajtin, un importante filósofo, estudioso, lingüista ruso, quien acuñó la expresión: dialogía. Lo “dialogístico” es aquello, como su nombre lo indica, que dialoga. Tiene que ver con los textos que al ser escritos por los autores, no sólo hablan de ellos mismos, sino también, de los textos que leyeron los autores para escribir esos textos leídos por nosotros y escrito por ellos. Es decir, que los textos hablan entre ellos de las referencias que tienen entre ellos.

Pero como todo eso me sabía a ruso (todavía es difícil de explicar), tuve una idea que pensé (todavía lo pienso) que debe ser lo más natural del mundo, ir a las fuentes. Qué quiero decir con esto, que el filósofo ruso Bajtin, trabajó la idea de la dialogía con textos de otro ruso, un autor que también me era desconocido para ese momento, un tan Fiodor Mijailóvich Dostoievski.

¿Quién era ese Dostoievski? En una de sus novelas se leía en la contraportada: El gran filósofo francés, Albert Camus (tampoco sabía quién era ese Camus, vieron cómo la escena de Homero, el de Los Simpson, viene como anillo al dedo?) tomó del protagonista de esta novela (se leía en la contraportada de la novela de Dostoievski) la base para su pensamiento existencialista. La novela era “Los endemoniados” y nada de lo que escribió Camus le llega a los talones a esa novela, una de las mejores del Dosto, luego supe del marketing y entendí el por qué de la referencia. Pobre Dostoievski, lo tienen vendiendo sus libros a un escritor que no podría escribir ni el 5% de sus páginas, pero era lo que interesaba en el siglo en que querían que se vendieran sus libros, ¿a quién culpar?.

La columna que hoy se inaugura en Digo.palabra, cuyo título es “De los cuadernos de Barcelona” y que se pueden ver y descargar aquí, trata un poco de esos autores, ideas, textos, poemas que leí en ese período de tres años, mientras trataba de ponerme al día con mis colegas arquitectos de otras partes del mundo.